jueves, 7 de febrero de 2019

DESDE EL EXILIO parte 7

DOMINGO

Estoy aburrido.

Desperté temprano gracias a la charla que un par de torcazas tenían en el patio colindante con mi cuarto. Me incorpore, mire a mi alrededor y al ver que nada extraordinario había ocurrido mientras estaba inconsciente, me deje caer y dormí de nuevo.

Horas mas tardes desperté de nuevo, pero no tuve ánimos de decirle adiós a la calidez de mis cobijas, así que, con toda la concupiscencia posible, me envolví en ellas hasta quedar convertido en un molusco y ahí espere a que el mundo llegara a su fin. Con los ojos cerrados, pero con la mente funcionando, disfrute del explorar el fino arte de no hacer nada que tan bien practican nuestros honorables políticos y los verdosos perezosos de las junglas.

Morían los minutos con un gran bostezo, cayendo como nieve gris sobre mí. Los mundanales ruidos se hacían tan lejanos, tan extraño, ajenos, que me sentí caer en el vértigo de la tumba, en la inexistencia más placentera y absoluta, la aniquilación final del ser. 

¡Qué delicioso es no se nada, no tener pensamientos, no sufrir! ¡Flotar como detrito cósmico en la inmensa placenta de la eternidad! ¡Hundirse en la negra matriz del Vacío, donde la luz y el pensamiento están desterrados!

Polvo eres y en polvo te convertirás.

Cenizas a las cenizas.

Deje de sentir mi cuerpo. Hasta creí dejar de respirar. Poco a poco me hundí en un acogedor abismo que me engullía y degustaba como una golosina. Me entregue a la voluptuosidad. Ya no era yo, era solo una sombra que se desvanecía entre sobras, el eco de una blasfemia que se diluía entre marejadas de silencio. 

Que hermoso.

A lo lejos, oí como la Soledad me gritaba algo que no pude entender, pues ya era muy profunda la negra fosa del olvida en la que me hundía.  Aun arropado por varias mantas, sentía cada vez más frio, pero este, lejos de incomodarme, me parecía familiar, nostálgico, como el visitar algún lugar muy querido después mucho tiempo.

Alguien me susurraba al oído, cantándome sobre el dulce placer del suicidio. Sentí como unos gélidos pero amistosos brazos me rodeaban y un ósculo helado se posó sobre mi mejilla derecha.

Sabía quién era y recibí sus halagos con gusto.

Empero, un sentimiento de opresión, de angustia, creía en mí. Una urgencia ineludible, apremiante, dura, despiadada.
Los brazos que me oprimían aflojaron suavemente. El helor que me rodeaba, el abismo que de forma tan maternal circundaba toda mi esencia, poco a poco se fueron alejando.

¡No, quiero estar ahí, en el frio, el silencio, el Vacío! ¡No me regresen a la dureza de la luz, a la crueldad de la carne, a avernal sin sentido de la vida!

¡No! ¡No! ¡No!

Abrí los ojos, girándolos con espanto y delirio. Aspire con fuerza, llenando de oxígeno mis pulmones. El frio de aquel beso aun me quemaba la mejilla. 

Supe que estuve a cercano al punto del no retorno. Tan fuerte era mi desgano que mi alma – o lo que sea que sea al combustible de mi carcasa- estuvo a punto de emigrar a otras riberas, lejanas, intangibles y deseables, donde se podría entregar al exilio definitivo. Una desilusión de amargo reptar se enredó en mi garganta, ansiando estar de nuevo entre esos brazos glaciares, a ese sentimiento de pertenencia y plenitud que en este mundo jamás podre encontrar.

Pero... ¿Qué es aquello que me trajo de nuevo a este nivel de existencia?

Me di cuenta rápidamente.

Necesitaba orinar. 

Me levante con rapidez felina y apenas llegue al cuarto de baño, donde erosiones mediante brutal chorro de cálida inmundicia la blanca y barata porcelana del inodoro. Sentir que de nueva cuenta de me salia el alma del cuerpo, ahora por un lugar muy indigno.

Regrese perplejo a mi cuarto, sentándome a meditar sobre las vicisitudes de la existencia, en donde una vejiga llena te puede literalmente salvar la vida.

Pero aun sentía el anhelo de esa presencia seductora que gravitaba en el centro del Vacío cuando la Soledad me murmuro al oído:

“Ella es mi hermana mayor y mucho más terrible que yo. Puede ser hermosa, pero una vez te enamore, no hay marcha atrás”

Afuera, la vida rodaba con gozo sobre el mundo.



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