¡Déjame en mi escueto desamparo, abrazado al duro esqueleto de mi tristeza, amarga, pero sincera! ¡Déjame tomar la soga y buscar el árbol donde se retuerce la sombra de Judas! ¡Aleja de mi cuello tu aliente de dulzor venenoso, tu toque de calidez que es solo el preludio del infierno! ¡Déjame arroparme en cenizas, cubrir mi desnudez con el helor de la nieve!
Tu solo traes el espejismo que alimenta la sed, el abismo camuflado en la danza de las mariposas, la montaña de agujas de embriaga con su brillo.
Tú, meretriz de piel de mármol cuyas entrañas hierven de los más hediondos gusanos. ¡Tú, en cuyos muslos hay promesas brumosas y entre ellas hay horror de mausoleos!
Tú, cuyo abominable nombre es y fue: Esperanza
¡Abandóname a mi orfandad sin margen, en el desgarrador aullido del cierzo! ¡Déjame contemplar en todo su espanto el decrépito rostro de la Verdad! ¡Permíteme besar sus helados y pestíferos labios!
Prefiero beber el veneno en el cáliz del dolor, pero servido por la mano de la Realidad, antes que embriagarme de locura con el licor que manan de tus engañosos pechos.
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