Miércoles
Otro día de trabajo. Correr de un lado a otro llevando vasos y platos. Ver como los comensales devoran las botanas que les pones enfrente y de forma irremediable, recordar a una piara de cerdos. Maduras algo pasadas con escotes que intentan recordar que aun son hembras. Adolescentes en reducidos vestidos buscando sexo casual. Ebrios mascullando chistes irritantes. Soportar diez horas de pie. Algo de propinas. Volver a casa tambaleándome como si yo hubiera sido el que ingirió un litro de tequila. Yo lo sirvo y el vértigo es para mí.
Ceno poco, enciendo el ordenador y escribo estas líneas. ¿Para que? No lo es bien. ¿Tengo algún lector? ¿Lo tendré algún día? Escribo para mí, para poner en orden las ideas, siempre caóticas, que rondan como polillas mi mente. Trato de alejar la demencia que siempre acecha encima de mi hombro tecleando neciamente, agitando con un eco monótono y mecánico la soledad que rezuman las sombras de mi cuarto.
¿Escribo porque no tengo con quien hablar? Supongo que es cierto que ningún hombre puede vivir totalmente en la soledad. Por más que este rodeado de personas, móviles, ruidosas, apestando a sudor y prisas; me siento como el náufrago que desespera al verse rodado de un horizonte liquido y cruel, amenazante, cambiante y abismal. En enigmático como al verme rodeado de un océano de carne y sangre viva y pensante, me sienta más solitario, más marginado.
Entre la multitud tus gritos jamás encontraran eco.
Entre la multitud las lágrimas son invisibles.
Entre la multitud tus huesos se dispersaran sin que nadie los note.
Entre la multitud dejas de ser alguien para ser algo, una piedra mas, una basura, unos zapatos, una camisa negra, el olor a cigarrillo.
Así es como yo percibo a aquellos a los que me pagan por servir. Sin rostros, sin voz, sin sustancia. A lo mucho recuerdo el relumbre de unas piernas o el vértigo de un escote y poco más. Y es que en mí solo ven una camisa blanca y un chaleco negro, una entidad borrosa que solo se materializa cuando se le necesita.
Al fin, no somos nada para nadie. Somos sombras danzando en las tinieblas.
Un baile de mascaras sin rasgos que nos arrastramos en círculos embriagados de suicidio, alrededor del foso final.
Alrededor del abismo.
La matriz de la Nada.
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