jueves, 9 de mayo de 2019

CUANDO INTENTE LEER A MURAKAMI (Y TERMINE ODIANDOLO)

Desde hace años tenía ganas de leer algo de Haruki Murakami, ese escritor a quien supuestamente le habían robado el Nobel una y otra vez. Empero sus libros tenían un precio mafioso (¿casi $700 por un solo libro? ¡Vaya robo!) Así que cuando me acorde –es decir, hace unos meses- baje el PDF de su dizque obra cumbre, ¡uno de los non plus ultra de la literatura japonesa y universal! Noruwei no mori, mejor conocido como Tokio blues (Norwegian Wood).
Hideki posando con cara de perro regañado y pose intelecutal y artitistica en una foto tan aburrida como sus historias 


Menuda mierda superficial se tragó mis ojos.
Hasta la portada es mala

Cuando empecé a leer la novela, me di cuenta de algo: Era muy vacía. Página tras página de descripciones paisajistas y de vestuario y no pasaba nada. Un monologó gris y apático del igualmente apático protagonista que no llevaba a ningún lado. Diez páginas y ya me empezaba a aburrir.

Rápidamente me di cuenta de que el tal Murakami era un escritor “tragapaginas”, es decir, de los que con tal de engordar el mamotreto lo llenas de párrafos y párrafos de paja inútil, de cosas que no tienen sustancia en la historia, que casi pasa al segundo plano. ¡Y yo odio este tipo de literatura! Por eso odio a Stephen King y sus libros maratónicos que solo tienen un 70%  de contenido masticable.

Como me propuse como reto personal acabar la novela, seguí con la lectura. Y todo fue mal. En principio, odie al protagonista Toru Watanabe, un verdadero patán palurdo y llorón que siente que la vida le debe todo y sin dar nada a cambio. Este pendejo, un estudiante universitario tan aburrido que haría marchitar los jardines de Versalles, el cual esta mórbida y enfermizamente obsesionado sexual y sentimentalmente con Naoko, novia de un amigo. La tal Naoko es un personaje insufrible. Patética, lacrimógena, igualmente obsesionada con el sexo y con haber perdido la virginidad con Kizuki, el cual se suicida y ella poco después también se suicida, como años antes lo había hecho su hermana. ¡Vaya banda de perdedores! Y eso que el autor la describe como una especie de diosa atemporal, la cumbre de la belleza y gracia femenina. ¡Puaj!

Hablando de belleza, es realmente chocante que el tal Toru viva quejándose de su mala suerte con las mujeres mientras de forma inexplicable, tiene sexo en cantidades industriales. Este tipo prácticamente solo tiene que decirle hola a cualquier mujer para que se está le afloje el cuerpo. Y eso ocurre una y otra vez. Este cabrón se folla a prácticamente todas las féminas del libro y aun así se queja de su mala suerte con ellas. Y a niveles absurdos. ¿Quién carajos se pone a meditar sobre lo vacía y patética que es tu vida, lo solo que estas y porque no puedes tener a la mujer que extrañas mientras eyaculas en la boca de una bella mujer desnuda?


El sexo es excesivo en Tokio Blues. Cada tres docenas de páginas y Toru se folla a alguien. Y es descrito de forma sumamente gráfica. Esto es algo esperable en una obra del género erótico, pero es chocante e incongruente que en una obra dramática describir extensamente los pezones, el vello púbico y cada eyaculación, todo con lujo de detalles. Sé que los japoneses son pervertidos por naturaleza pero este Murakami debería mesurarse, pues salta del dramatismo a la pornografía de forma abrupta, que rompe todo ritmo.

Todos los personajes me resultaron repelentes. Midori, amiga sexual del protagonista, la quieren poner como una alegre joven de espíritu libre pero a mí me parece una esquizofrénica con serios problema de déficit de atención, con una personalidad irritante e insoportable. Reiko es una mujer madura traumatizada por ser violada por una niña de 14 años (¿qué carajos?) y recluida en un manicomio junto a Naoko. Es tan empalagosa y pastosa que quería que también se terminara suicidando.

Otra cosa que me erizo fue la odiosa forma en que Murakami describe todo meticulosamente. Nos hace leer a lo que cada personaje comer, con todo y aderezos y porciones. La ropa y sus marcas nos las pone con todos sus brillos e incluso Midori usa todo un párrafo para describir su ropa interior. Todo esto, con el fin de llenar páginas y páginas de paja literaria.

Esta obra fue escrita en 1987 y transcurre a finales de los 60’s, pero es bastante atemporal, cosa que juega a favor y en contra, pues mientras hace que su lectura sea más fácil, en ningún momento sientes la época en que transcurre la historia, por más que referencias a canciones hippies metidas con calzador se usen

No quiero extenderme más en algo que no vale la pena. Ese libro fue toda una decepción. En lugar de encontrarme con una obra profunda, gozosa, aleccionadora, jugosa; me di de bruces con un libro tan hueco y sin gracia que resulta insultante que intenten nominar a su autor al Premio Nobel. Murakami es un hábil y muy promocionado autor de best-sellers actos solo para hípsters, adolescente que creen que el amor realmente existe o señora menopáusicas nostalgias por su juventud marchita.

Así aprendí a odiar a Haruki Murakami como escritor.

¿Les dije que me propuse terminar el libro? Pues falle, me salte página tras página a partir de la mitad para llegar a un final tan desabrido e insulto que me hizo de inmediato borrar el PDF.

Definitivamente, para ser un autor exitoso, necesita un buen manager y poco talento.

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