sábado, 4 de mayo de 2019

DESDE EL EXILIO parte 8

MARTES

Ayer hacia mucho calor pero ahora el cielo luce gris y sucio. Las nubes se extienden como manchas imposibles de limpiar. El viento sopla con sorna, mordiendo los postes telefónicos con rencor, asustando a los perros del barrio y metiendo mano, obscenamente, bajo las faldas de las viandantes.

¿Dónde está el sol?

¡Bah! ¿Quién lo necesita? Yo no. Es agradable el que los espesos nimbostratos oculten esa cara redonda, burlona y sarcástica.

Es un buen día para quedarse en casa, enclaustrado en mi habitación, disfrutando del silencio y la oscuridad compañera.

Me tiendo sobre mi rechinante cama, cierro los ojos y finjo estar muerto para el mundo.
Las horas pasan lentas, sedosas. Mi madre dice algo, pero ni la entiendo ni le quiero poner atención. ¡Es tan cómodo estar muerto! Sin problemas, sin preocupaciones, sin sueños, sin urgencias. Solo la proximidad del blanco gusano como recompensa a una vida hueca, aplastada y desmenuzada hasta el polvo por la propia vida. ¡Ya lo decía el maestro Poe, al final, el gusano es el conquistador final!
Cuando apenas rozaba el mórbido reino del sueño, una extraña urgencia. En lo mas intimo de mi ser se levantó la necesidad, muy pocas veces sentida, de la compañía femenina. Un lado de mí quería tener a mi lado, abrazándome, una hembra humana, de generosas y bien puestas carnosidades, susurrándome palabras azucaradas a mis nada castos oídos. Pero otro lado de mí, el que siempre prevalece, me hizo levantarme como si la cama me quemara casi gritando: “¿¡Pero que diablos!?”

El suceso me desconcertó. ¿En serio, algo en mí ansiaba la compañía de una mujer, la hechicera calidez de la piel femenina? ¿Mi fidelidad a la soledad se vio comprometida? ¡Oh, que desliz, que traición!

Me desperece rápidamente y salí a caminar, evitando toparme con mí Otro Yo, que me espiaba desde el espejo, pues él sabe siempre lo que me ocurre, por más que se lo oculte o finja indiferencia; quería evitar su sorna y sus burlas. Así que salí despedido cual bala en Colt de cowboy, sin siquiera despedirme de mi madre. Ya afuera, el viento frio y las nubes espesas me trajeron una sensación de familiaridad y tranquilidad.

Caminaba lentamente, rozando las paredes y levantando polvo. Casi por costumbre me dirigí hacia el centro de la ciudad; esperando que unas horas sentándome en una banca, bajo la sombra de un árbol y ver a las regordetas palomas caminar por los adoquines. Las nubes seguían altas en el cielo y la careta del sol aun estaba oculta, mientras un viento frio hacia temblar los muslos de las mujeres en minifaldas y endurecía los pezones de las jóvenes.

Conforme transcurrían los minutos me sentí de nuevo a gusto dentro de mi piel, yo mismo de nuevo. Lejos quedaron esas insanas ansias de tener una pareja. ¡Bienvenida de nuevo, hermosa y fiel Soledad! ¡Tú, que siempre perdonas el desliz del amante! Te percibo aquí, en la caricia glacial del céfiro, en el polvo de los adoquines, en el tránsito de las calles, en el paso algodonoso de las palomas, en las faldas volantes, en las prisas del trabajador, en las risas de los niños. ¡Soy ajeno a todos ellos y al mismo tiempo, parte de todo! ¡Soy una partícula del infinito, como ellos, que gira en el mismo torrente cósmico de todo ser viviente, pero orgullosamente único!

Mi estomago me dice entre gruñidos que necesita combustible. Mis pies quieren marcar camino de nuevo. ¿Es esta la vida del vagabundo en el exilio?

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