miércoles, 15 de mayo de 2019

SIETE GENEROS MUSICALES QUE DESAPARECIERON

El mundo de la música navega dentro del arte y como ya sabemos, en el arte las modas -aunque podrían negarlo- imponen todo, desde la forma crear hasta la de vestir; por lo tanto, y más aún en la musica, el gusto popular es un amo tiranico que puede encumbrarte a las alturas de la gloria solo para después dejarte caer en el más agrio infierno.


Es por eso y por qué no tengo nada mejor que hacer en este momento, que les dejo una lista de siete géneros musicales que dominaron el panorama en sus respectivas épocas y ahora están muertos y fríos como el corazón de tu novia o en calidad de zombies sonoros.
Pixabay.com

¡Comenzamos!


jueves, 9 de mayo de 2019

CUANDO INTENTE LEER A MURAKAMI (Y TERMINE ODIANDOLO)

Desde hace años tenía ganas de leer algo de Haruki Murakami, ese escritor a quien supuestamente le habían robado el Nobel una y otra vez. Empero sus libros tenían un precio mafioso (¿casi $700 por un solo libro? ¡Vaya robo!) Así que cuando me acorde –es decir, hace unos meses- baje el PDF de su dizque obra cumbre, ¡uno de los non plus ultra de la literatura japonesa y universal! Noruwei no mori, mejor conocido como Tokio blues (Norwegian Wood).
Hideki posando con cara de perro regañado y pose intelecutal y artitistica en una foto tan aburrida como sus historias 


Menuda mierda superficial se tragó mis ojos.
Hasta la portada es mala

Cuando empecé a leer la novela, me di cuenta de algo: Era muy vacía. Página tras página de descripciones paisajistas y de vestuario y no pasaba nada. Un monologó gris y apático del igualmente apático protagonista que no llevaba a ningún lado. Diez páginas y ya me empezaba a aburrir.

Rápidamente me di cuenta de que el tal Murakami era un escritor “tragapaginas”, es decir, de los que con tal de engordar el mamotreto lo llenas de párrafos y párrafos de paja inútil, de cosas que no tienen sustancia en la historia, que casi pasa al segundo plano. ¡Y yo odio este tipo de literatura! Por eso odio a Stephen King y sus libros maratónicos que solo tienen un 70%  de contenido masticable.

Como me propuse como reto personal acabar la novela, seguí con la lectura. Y todo fue mal. En principio, odie al protagonista Toru Watanabe, un verdadero patán palurdo y llorón que siente que la vida le debe todo y sin dar nada a cambio. Este pendejo, un estudiante universitario tan aburrido que haría marchitar los jardines de Versalles, el cual esta mórbida y enfermizamente obsesionado sexual y sentimentalmente con Naoko, novia de un amigo. La tal Naoko es un personaje insufrible. Patética, lacrimógena, igualmente obsesionada con el sexo y con haber perdido la virginidad con Kizuki, el cual se suicida y ella poco después también se suicida, como años antes lo había hecho su hermana. ¡Vaya banda de perdedores! Y eso que el autor la describe como una especie de diosa atemporal, la cumbre de la belleza y gracia femenina. ¡Puaj!

Hablando de belleza, es realmente chocante que el tal Toru viva quejándose de su mala suerte con las mujeres mientras de forma inexplicable, tiene sexo en cantidades industriales. Este tipo prácticamente solo tiene que decirle hola a cualquier mujer para que se está le afloje el cuerpo. Y eso ocurre una y otra vez. Este cabrón se folla a prácticamente todas las féminas del libro y aun así se queja de su mala suerte con ellas. Y a niveles absurdos. ¿Quién carajos se pone a meditar sobre lo vacía y patética que es tu vida, lo solo que estas y porque no puedes tener a la mujer que extrañas mientras eyaculas en la boca de una bella mujer desnuda?


El sexo es excesivo en Tokio Blues. Cada tres docenas de páginas y Toru se folla a alguien. Y es descrito de forma sumamente gráfica. Esto es algo esperable en una obra del género erótico, pero es chocante e incongruente que en una obra dramática describir extensamente los pezones, el vello púbico y cada eyaculación, todo con lujo de detalles. Sé que los japoneses son pervertidos por naturaleza pero este Murakami debería mesurarse, pues salta del dramatismo a la pornografía de forma abrupta, que rompe todo ritmo.

Todos los personajes me resultaron repelentes. Midori, amiga sexual del protagonista, la quieren poner como una alegre joven de espíritu libre pero a mí me parece una esquizofrénica con serios problema de déficit de atención, con una personalidad irritante e insoportable. Reiko es una mujer madura traumatizada por ser violada por una niña de 14 años (¿qué carajos?) y recluida en un manicomio junto a Naoko. Es tan empalagosa y pastosa que quería que también se terminara suicidando.

Otra cosa que me erizo fue la odiosa forma en que Murakami describe todo meticulosamente. Nos hace leer a lo que cada personaje comer, con todo y aderezos y porciones. La ropa y sus marcas nos las pone con todos sus brillos e incluso Midori usa todo un párrafo para describir su ropa interior. Todo esto, con el fin de llenar páginas y páginas de paja literaria.

Esta obra fue escrita en 1987 y transcurre a finales de los 60’s, pero es bastante atemporal, cosa que juega a favor y en contra, pues mientras hace que su lectura sea más fácil, en ningún momento sientes la época en que transcurre la historia, por más que referencias a canciones hippies metidas con calzador se usen

No quiero extenderme más en algo que no vale la pena. Ese libro fue toda una decepción. En lugar de encontrarme con una obra profunda, gozosa, aleccionadora, jugosa; me di de bruces con un libro tan hueco y sin gracia que resulta insultante que intenten nominar a su autor al Premio Nobel. Murakami es un hábil y muy promocionado autor de best-sellers actos solo para hípsters, adolescente que creen que el amor realmente existe o señora menopáusicas nostalgias por su juventud marchita.

Así aprendí a odiar a Haruki Murakami como escritor.

¿Les dije que me propuse terminar el libro? Pues falle, me salte página tras página a partir de la mitad para llegar a un final tan desabrido e insulto que me hizo de inmediato borrar el PDF.

Definitivamente, para ser un autor exitoso, necesita un buen manager y poco talento.

sábado, 4 de mayo de 2019

DESDE EL EXILIO parte 8

MARTES

Ayer hacia mucho calor pero ahora el cielo luce gris y sucio. Las nubes se extienden como manchas imposibles de limpiar. El viento sopla con sorna, mordiendo los postes telefónicos con rencor, asustando a los perros del barrio y metiendo mano, obscenamente, bajo las faldas de las viandantes.

¿Dónde está el sol?

¡Bah! ¿Quién lo necesita? Yo no. Es agradable el que los espesos nimbostratos oculten esa cara redonda, burlona y sarcástica.

Es un buen día para quedarse en casa, enclaustrado en mi habitación, disfrutando del silencio y la oscuridad compañera.

Me tiendo sobre mi rechinante cama, cierro los ojos y finjo estar muerto para el mundo.
Las horas pasan lentas, sedosas. Mi madre dice algo, pero ni la entiendo ni le quiero poner atención. ¡Es tan cómodo estar muerto! Sin problemas, sin preocupaciones, sin sueños, sin urgencias. Solo la proximidad del blanco gusano como recompensa a una vida hueca, aplastada y desmenuzada hasta el polvo por la propia vida. ¡Ya lo decía el maestro Poe, al final, el gusano es el conquistador final!
Cuando apenas rozaba el mórbido reino del sueño, una extraña urgencia. En lo mas intimo de mi ser se levantó la necesidad, muy pocas veces sentida, de la compañía femenina. Un lado de mí quería tener a mi lado, abrazándome, una hembra humana, de generosas y bien puestas carnosidades, susurrándome palabras azucaradas a mis nada castos oídos. Pero otro lado de mí, el que siempre prevalece, me hizo levantarme como si la cama me quemara casi gritando: “¿¡Pero que diablos!?”

El suceso me desconcertó. ¿En serio, algo en mí ansiaba la compañía de una mujer, la hechicera calidez de la piel femenina? ¿Mi fidelidad a la soledad se vio comprometida? ¡Oh, que desliz, que traición!

Me desperece rápidamente y salí a caminar, evitando toparme con mí Otro Yo, que me espiaba desde el espejo, pues él sabe siempre lo que me ocurre, por más que se lo oculte o finja indiferencia; quería evitar su sorna y sus burlas. Así que salí despedido cual bala en Colt de cowboy, sin siquiera despedirme de mi madre. Ya afuera, el viento frio y las nubes espesas me trajeron una sensación de familiaridad y tranquilidad.

Caminaba lentamente, rozando las paredes y levantando polvo. Casi por costumbre me dirigí hacia el centro de la ciudad; esperando que unas horas sentándome en una banca, bajo la sombra de un árbol y ver a las regordetas palomas caminar por los adoquines. Las nubes seguían altas en el cielo y la careta del sol aun estaba oculta, mientras un viento frio hacia temblar los muslos de las mujeres en minifaldas y endurecía los pezones de las jóvenes.

Conforme transcurrían los minutos me sentí de nuevo a gusto dentro de mi piel, yo mismo de nuevo. Lejos quedaron esas insanas ansias de tener una pareja. ¡Bienvenida de nuevo, hermosa y fiel Soledad! ¡Tú, que siempre perdonas el desliz del amante! Te percibo aquí, en la caricia glacial del céfiro, en el polvo de los adoquines, en el tránsito de las calles, en el paso algodonoso de las palomas, en las faldas volantes, en las prisas del trabajador, en las risas de los niños. ¡Soy ajeno a todos ellos y al mismo tiempo, parte de todo! ¡Soy una partícula del infinito, como ellos, que gira en el mismo torrente cósmico de todo ser viviente, pero orgullosamente único!

Mi estomago me dice entre gruñidos que necesita combustible. Mis pies quieren marcar camino de nuevo. ¿Es esta la vida del vagabundo en el exilio?

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