MIÉRCOLES
Me siento pleno, libre en las calles solitarias y silenciosas. Tan a gusto me encuentro que percibo como las viejas casas me sonreían por todas sus grietas, como afables ancianas. ¡Oh, que gratos momentos trae a veces el exilio, cuando nadie ni nada viene a perturbar la dulzura de la soledad! La ciudad es mía, el dédalo de sus calles viejas y sucias es mío, su silencio y su tristeza son míos también. Y yo soy suyo. Ambos somos demasiado viejos para empezar de nuevo, pues para hacerlo, primero debemos ser destruidos. Ni ella ni yo tenemos síntomas de redención. Estamos condenados a ser lo que somos, lo que siempre hemos sido, hasta que el sol se apague y el viento deje que girar.
A través de unos audífonos una música regocijante llega a mis oídos directo de mi teléfono portátil. Ajusto inconscientemente la caída de mis pasos al ritmo de la misma, haciendo más grata esa caminata. Así llego al centro de la ciudad, arrugando la nariz ante toda esa gente sin rostro que se retuerce de un lado a otro. La soledad se rompe, pero es algo que esperaba. Busco una banca vacío, me acomodo en ella y contemplo a las blandas palomas caminar en zigzag. La vista de esos inocentes seres que no ambicionan más que una migaja me llena de paz.
El sol aparece de improviso, llenando todo con una luz dura e hiriente. A la sombra de un árbol, me siento protegido de esa impudicia. Las palomas se alejan volando, haciendo ondular más los cortos uniformes de las colegialas que aparecen correteando en grupo. Un anciano trata de alcanzar su sombra, sosteniéndose en un bastón oxidado. Una señora muy gorda pasa arrastrando a un niño igual de gordo, que come una paleta de dulce enorme. Un desfile de personas que no conozco y no me interesa conocer.
El viento empieza a soplar, levantando travieso basura y faldas. El sol parece soltar una carcajada al ver como nuestros ojos se llena de suciedad y las gargantas de mosquitos. ¡Oh, ese sol que no hace mas que contemplar la desgracia humana sin hacer nunca nada para remediarla! Aunque seguramente, si lo enfrentamos, nos dirá que mucho hace con fecundar las plantas, secar la rompa en las azoteas, broncear a las putas en las playas y secar la lluvia en las banquetas.
Me alejo a comprar algunas cosas necesarias para mi sustento. El sol espía mis pasos y los escotes de las madres solteras. Alzo la mirada y miro esa sonrisa sórdida en su redondo rostro. Me siento indignado.
Por eso amo la noche. La cara dulce y serena de la luna siempre me llena de una agridulce nostalgia.
¿Porque no puede ser siempre de noche?
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