lunes, 14 de enero de 2019

PENUMBRA

Tu piel desgarra la penumbra con fulgores argentinos. Tus pechos son lunas mellizas gravitando entre espumas de deseo. Es tu boca un anhelo carmesí, de donde penden promesas que nunca serán cumplidas, dulcificadas mentiras que quiero creer, que finjo creer. No hay más secretos entre nosotros que los que vela este rincón cómplice; entre tu nombre y él mío no hay más distancia que la de un suspiro entrecortada que se difumina entre sudores compartidos.

¿Quién eras antes de revelar el delirio de tu desnudez ante mis ojos, con tu silueta divinizada en perfiles de marfil? ¿Quién era yo antes de encontrarte en mi camino, en ese bar, en la inmensa amargura que trate de distraer con un poco de whisky? ¿Somos dos soledades que se encontraron por el desatino de la casualidad o dos alas rotas que buscaban su par? ¿Qué importa lejanías y ausencias, ignorancia y vicisitud, cuando hundo mi carne en tu carne y somos unos solo, meciendo la vida en un vaivén cómplice y húmedo?

Navegando entre las ansias de tus muslos, me extravío en un maeltrom de ensoñaciones. Dejo de ser yo para ser parte de algo más grande, intimo pero infinito, como si pudiera contar una a una las estrellas y reordenarlas a mi capricho. Pero el rigor de la carne, el aroma agitado de tu excitación me recuerda mi fragilidad, lo efímero de mi paso, el derrumbe final de todos mis agobios y el viento que dispersara mi polvo.

Pero aquí y ahora me siento eterno, degustando la ambrosía de tus pechos y hundiendo mi rencor en tu centro más intimo, hasta derramarlo en furioso oleaje. Tu cuerpo vibra bajo el mío, mientras tus dientes se clavan en mi hombro hasta enrojecer más tus labios. Siento que también devoras mi alma, que me dejas seco por dentro y por fuera, dejando solo un cascaron vacío de lo que fue un hombre roto y sin horizonte. 

Quedamos explayados sobre esta vieja cama, compartiendo agotamiento y resuello. ¡Cómo relumbran tus pechos, perlados de sudor, en la penumbra! ¡Qué ascuas son tus ojos que pueblan de verdores las sombras que nos acarician! Pero tu piel se siente tan fría y tu silencio es tan duro y lapidario.

Te levantas, rígida y maquinal, arropando la gloria de tu epidermis con las telas con la que entrantes. Arreglas tu cabello de negras ondulaciones y sin mirarme, extiendes tu mano hacia mí.

Ya no hay palabras, no hay complicidades ni espejismos.

Pongo unos billetes en la blancura de tu mano.

Sales, con pasos mullidos como sombra de gato.

Me quedo solo, desnudo y huérfano, sentado en la vieja cama rodeado de una penumbra cada más intensa, más dolorosa. 
Siento que algo que rompe, muy profundamente, donde no sabía que había realmente algo.

Me inclino y empiezo a llorar sin ruido.


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