martes, 16 de julio de 2019

DESDE EL EXILIO parte 10

JUEVES

El día fue largo, extenso y caluroso. Sin trabajo, ni nada importante que hacer, de entrega a la tentación del ocio con total impudicia, adormeciéndome como cerdo sobre lodo, ni triste ni feliz, animalizado por un tedio insoportable.

Un desgano casi suicida.

¿Estaré desperdiciando mi vida así, dejando los días escurrirse entre mis pies, sin hace nada bueno ni malo, solo consumiendo recursos y desechando lo que ya no me sirve?

¿Que hay para mí allá afuera, en el mundo de sol y viento?

¿Que hay para mí en esa fronda de postes y cables?

¿Que hay para mí en los pasos de los perros y las piernas de las putas?

¿Que hay para mí en la basura y en las flores?

Me sentí como en una espiral que descendía a un lagar mortuorio de acre oscuridad. Un ansia negra, suicida, repto de mis entrañas a la garganta. ¿Para qué seguir vivo?

¿Para qué?

La pregunta resonaba en mi interior, fragmentándose en mil ecos, cada vez más distantes, cada vez más profundos y dolorosos. Me sentí como una catedral vacía, arruinada, en donde los gritos de los cuervos resonaban con sorna, burlándose del abandono de Dios.

Débil, cansado, fui a ver a mí Otro Yo. El siempre presume de sabiduría y tal vez podría aconsejarme. Lo busqué en el espejo y agria sorpresa fue el no encontrarlo –una nuestra de holgazanería intolerable para un reflejo-  dejándome con una sensación de oquedad más potente aún.

Si nadie más con quien hablar, opte por salir a la calle. Esta me recibió con la magnanimidad que la caracteriza y me arropo con un cómodo anonimato. Navegue calle tras calles, sin ponerle atención a nadie, asustándome del ladrido de los perros y la sombra de los árboles. Reflejando mi estado de ánimo, la ciudad ponía una cara gris, apática, en vez de la reluciente sonrisa que en días de sol llenaba de dientes blancos cada parque y callejón. Este día la ciudad se siente hueca, horadada, como si su alma colectiva hubiera sido hurtada, perdiendo su sentido, su vitalidad.

Sabía que esa oscuridad salía de mí, transfigurando mi entorno para mis ojos enrojecidos. Los niños corrían como siempre, haciendo resonando los adoquines. Los pájaros musicalizaban el medio día, como siempre. Las colegialas coqueteaban con hombres mayores, como siempre. Los gatos dormían a la sombra, los autos bufaban con rabia, los escaparates temblaban, las campanas aturdían, como siempre.

El mundo giraba sobre su eje y yo con él.

Me di cuenta de que el hombre, en su soberbia, es capaz de teñir de gris las horas más brillantes solo para estar acorde a su íntima rabieta. Pero esto no cambia nada, al hervir dentro de cada quien su propio infierno. ¿Para qué seguir vivo?

“Para descubrirlo” susurro el viento al pasar junto a mí y doblar una esquina.

Mire a un perro café con manchas blancas que me miraba y este movió de forma afirmativa la cabeza peluda.

Seguí caminando, esta vez con ánimos inflamados. Si todo tenía su tiempo y lugar en el cosmos… ¿Por qué yo no?

Termino de escribir esto mientras mastico una galleta con chispas de chocolate.



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